26 febrero, 2011

¿a... mor?

Por lo general, creo que cuando decimos amar o querer a alguien o algo, nos quedamos mucho con lo alegre y excitante que tiene que tener la experiencia en cada minuto. Conocemos a alguien, pasa un tiempo (mucho o poco) y decidimos integrarlos a nuestro círculo de vida, pasa en amistades y en amores. Las endorfinas y la revolución hormonal, física y emocional que está sucediendo en ese mismo momento exceden nuestro presupuesto momentáneo de felicidad y nos entregamos a la relación, al compartir. Pero lo que realmente importa es el momento en que comienzas a ver las manchas, las molestias crecen, los disgustos surgen en mayor proporción y el susto, a veces escondido en enojos o indiferencia, nace. Y, sin querer, te encuentras aferrándote a la imagen del primer día en que la otra persona simplemente voló tu cabeza con una sola mirada, todas las mariposas en el estómago que te provoca un primer encuentro cercano, etcétera. Pueden haber pasado uno, dos, tres, cuatro meses o hasta un año, pero no son suficientes.  Ésto que pasa cuando una persona rompe todos tus esquemas y después te das cuenta que no era como pintaba... o como uno lo pintaba. Siendo aún jóven es muy fácil caer en tales círculos. Puede ser decepcionante o frustrante, la idea es seguir, pero a veces parece más fácil y menos egoísta (aunque un poco sufrido) terminar cuando el malestar ante detalles o grandes defectos del otro (o cosas a las que no acostumbrabas) se te plantan en la cara. Pero no es nada y de eso no se trata una relación. Lo mejor de compartir con otra persona aspectos de tu vida y de tu interior, es ver estos obstáculos y pasarlos. Puede doler más que la mierda, pero al pasarlo y ver el otro lado del camino, se capta cuánto es que vale la pena. No hablo de forzar relaciones que en verdad están destinadas a terminar y ya, se trata de pensar seriamente y responder con el corazón "¿No había quedado en comprometerme con esta persona, para ayudar, para abrazar o sólo estar?". Para pisar el orgullo, los celos, los prejuicios y la mala ortografía o el mal aliento del otro porque sólo come cebollas. Cuando puedes ver que, pese a todos los baches, aún el otro tiene esa mirada que vale un millón de millones de peso... ¿Por qué no aperrar? Eso, querer, entregar y olvidarse de nuestras propias trancas, es amar. Quizás yo aún no sé hacerlo, pero... lo quiero intentar.

01 febrero, 2011

Un poco de contexto...


Bien.
Mi plan es comenzar a escribir más seguido y con buena calidad (para que sirva el haber pasado por redacción en la U). Así que me estoy poniendo las pilas, recolectando todas las ideas que tengo tiradas en post its al rededor de la pieza. Pero antes, es bueno contextualizar con tutti, como si alguien que no me conociera nada (o casi nada) y no viviese acá me leyera.

Mi familia se mudó a Concepción. Nosotros somos originales de Viña (la ciudad más turística del país, con mucha playa - da para otra historia), pero por temas de trabajo mi mamá, su esposo y mi hermano se trasladaron acá hace una semana, incluyéndome a mí en el pack mientras aún tengo vacaciones de verano.

Concepción fue algo así como el epicentro o "punto" donde se desencadenó el terremoto que afectó a nuestro pequeño país hace un año. En pocas palabras, las secuelas estructurales y psicológicas del sector , persisten. Por ejemplo, pueden encontrar aún en el centro la llamada "zona cero" o, para los que entienden, el edificio Alto Río, que se partió y cayó (a su derecha en foto).

Desde acá, una casa sin vista a la playa, puentes que cruzan el Bío-Bío y a ocho horas de mi ciudad natal, comenzaré a remodelar este espacio que tenía medio botadito. Lo prometo.